Entrevista a Mara Mahía

Mara con Pepo.

Mara Mahía (A Coruña, 1968) Estudió periodismo en Madrid pero creció en New York, donde vivió más de quince años y donde finalmente entendió el significado de la palabra emigrante. Allí hizo todo tipo de trabajos, mientras transformaba su aburrido castellano con grandes dosis de caribeño, escribiendo para varios periódicos latinos. En ese tiempo aprendió que para crear hay que observar, tomarse el tiempo; sentarse y respirar, y sobre todo empujar el lápiz todos los días. Mara lleva escribiendo toda su vida. Empezó con un carta (indignada) al director cuando tenía ocho años y continuó más tarde con artículos periodísticos, años de columnas de opinión y subway en NY, libros de cuentos para niños, etc. Ha publicado en inglés con McGraw-Hill, en la revista MacGuffin Magazine, The New York Times; en español con McGraw-Hill, Benchmark Education, en El Diario La Prensa (NY), Madera Berlin, NYU Esferas; y en gallego con la revista Luzes. Su prosa aparentemente sencilla narra historias cotidianas donde parece que “nunca pasada nada”. A través de un lenguaje ligero relata cuentos, donde simplemente la naturaleza humana nos hace temblar de emoción. Actualmente escribe con su perro en Berlin.


Mara, a lo largo de estas tres novelas has construido un imaginario literario muy particular. ¿Podrías hablarnos sobre tus influencias creativas y cómo has llegado a adquirir un estilo que ha llegado a considerarse único?

Creo que todo lo que leo y he leído influye en mi escritura. Es más, me parece que la escritura, ese universo en el que nos sumergimos los escritores, es una vida paralela en la que se filtra todo lo que vivimos o hemos vivido cuando no estamos escribiendo. Podría nombrar muchas novelas, muchos escritores, pero también podría nombrar eventos familiares, el rol que ocupé, ocupo, creciendo con tres hermanos varones y tres primos, varones. Pienso que para escribir tienes que saber observar y también ser un poco esponja. Observar y absorber. Nací en Galicia y llevó más de 30 años sin vivir allí. Pero creo que mi infancia tuvo algo mágico como la obra de García Márquez o la dificilísima sencillez de Natalia Ginzburg o la honesta brutalidad, la precisión, de Annie Ernaux.

Crear una saga literaria es un logro impresionante. ¿Cómo logras mantener la coherencia en tu mundo literario compartido mientras exploras diferentes historias en cada entrega?

Gracias. Terminar Secretos, el primer volumen, me resultó muy complicado, pero una vez que pude visionar a los personajes, ya no tuve escapatoria. Querían seguir hablando y me di cuenta de que, a algunas, les quedaba mucho por decir. Creo que la coherencia de las tres novelas se debe a que las narradoras siempre son mujeres. Me gustaba la idea de que hablaran ellas.  Desde que era una niña, aunque crecí con muchos hombres a mi alrededor, cuando se juntaban un grupo de mujeres, tenía la sensación de que sabían cosas secretas. Se reían con sinceridad, mostraban sus emociones sin miedo. Me parecía que vivían en el futuro, anticipando eventos, confabulando resultados y soluciones. Inconscientemente, me parece que escribí los tres libros alrededor de ese ADN.

¿Defiendes la independencia de cada uno de los libros?

Sí, los tres son independientes. Pero, como ocurre con cada uno de nosotros, se tiene una idea mejor de quién somos, si “leemos” o aprendemos de dónde venimos, qué nos ha sucedido, etc. Con mi trilogía sucede un poco lo mismo. Leyendo los tres libros creo que el universo de estas narradoras cobra más sentido.

En aquellos personajes que son compartidos entre las novelas hay cierta evolución. ¿Cómo abordas el desarrollo de personajes a lo largo del tiempo y qué importancia le das?

Los personajes “andan” ellos solos. Cuando la familia de Secretos entró en mi cabeza, fue como si toda esa aldea comenzase a crecer dentro de mí. Recuerdo pasear con mi perro y llevar siempre una libretita en el bolsillo o la mochila, mientras caminaba rumiando ideas. Prácticamente hablando sola. Cuando, por fin, entendía quién era, qué hizo, qué haría un personaje determinado, tenía que pararme donde fuera a anotar un par de frases con las que construir el resto. Me parece que mis historias fluyen cuando no estoy sentada escribiéndolas. O sea, escribo más en mi cabeza que en el teclado. Secretos fue saliendo a borbotones. Cuando acabé La dueña del Plaza supe cómo iba a ser Fragmentos, qué iba a suceder con personajes que habían desaparecido, etc. Lo fui anotando todo y “empapelé” de notas, dibujos, calendarios la pared que tengo frente a la computadora.

La exploración de temas profundos y universales es una característica constante en tus obras: el dolor, la diáspora, el feminismo, el amor o el deseo. ¿Cómo decides qué temas abordar en cada historia y cómo aseguras que resuenen con los lectores?

Escribo de lo que me preocupa o de lo que me gustaría entender mejor. Pero casi nunca decido escribir sobre un tema. El tema decide que yo lo escriba. Es una fuerza que viene desde afuera. Cuando te mueres por comer chocolate, tienes que ir comprarlo y devorarlo (valga este ejemplo, aunque el dulce no me interesa mucho; mi talón de Aquiles es salado). Algo así sucede con la escritura. Viene una idea, te golpea dentro y necesitas escribir sobre eso. Para mí, es un asunto visceral, intuitivo, tengo que escribir de lo que me pide el cuerpo.

Volvamos con el estilo. Este ha sido muy elogiado: frases contundentes, incisivas, claras, pero con un largo recorrido emocional e introspectivo. ¿Ves algo de bagaje proveniente de tu formación y labor como periodista? ¿Realizas investigaciones de tipo documentación?

Seguramente sí. Soy un poco news junkie, me encanta leer periódicos, revistas, etc. Disfruto mucho mezclando realidad y ficción. Fusionando personas reales con personajes imaginarios y creando eventos que podrían haber sucedido. Sí, cuando entiendo hacia dónde va un capítulo, un cuento, una novela, investigo mucho. Puedo pasar días leyendo sobre un tema y, quizás, luego decido que ya no me interesa por alguna razón. Pero pienso que investigar, aprender sobre algo, nunca es algo inútil. Probablemente aparecerá de alguna manera en mi escritura.

La conexión emocional es esencial en la literatura. ¿Cómo trabajas en desarrollar vínculos fuertes entre tus personajes y los lectores para que se sientan inmersos en tus historias?

Los personajes tienen que ser seres humanos, buenos y malos al mismo tiempo, con sus conflictos, sus dudas, sus incoherencias, su egoísmo. No hay nunca un personaje que es 100% bueno o malo. Quizás en La dueña del Plaza  (ella misma es una mujer más grande que la vida) cuando se trata de leyendas o cuentos épicos que relata algún personaje. Hannah Arendt lo escribió cuando cubrió el juicio del nazi Adolf Eichmann para el New Yorker. Los lectores se esperaban la descripción de un monstruo que había ayudado a ejecutar a miles, sin embargo, Arendt lo describió como un ser humano, un funcionario cualquiera, usted o yo: la banalidad del mal, que está en todos nosotros.

Algunas escritoras encuentran que partes de su experiencia personal se filtran en sus obras. ¿Podrías compartir cómo tu propia vida y vivencias influyen en la creación de tu literatura?

 Respondí esta pregunta más arriba, punto 1 creo.

Tu vida ha estado marcada por vivir en diferentes lugares, trabajar en otros idiomas y tener amistades en distintas partes del mundo. ¿Cómo crees que estas experiencias han moldeado tu perspectiva como autora y cómo se reflejan en lo que narras y en lo que te interesa narrar?

Vivir en distintas partes del mundo creo que me ha enseñado que los humanos somos iguales, tenemos el mismo esqueleto, mismos músculos, idénticas emociones, aunque respiremos en un ambiente distinto y hablemos otro idioma. El sexismo, por ejemplo, el tratamiento que han recibido las mujeres a lo largo de los siglos es siempre igual. Me interesa esa injusticia que, en mayor o menor grado, se vive en todos los países. Esa obsesión por el control de la mujer, esa injusticia milenaria, me parece un tema fascinante. Obviamente, disfruto incorporando historias de Europa y América, donde he vivido. Pero creo que también eso se debe no solo a mi propia experiencia personal, sino a la que me transmitieron mis abuelos, que fueron emigrantes en Buenos Aires y Cuba a principios del siglo XX.

La creación literaria puede ser un proceso íntimo. ¿Podrías compartir algún aspecto de tu proceso de escritura?

Sí, para mí es muy íntimo. Tanto que cuando estoy sumergida en una historia, a veces, me ha dado miedo distanciarme demasiado de la realidad. Normalmente no tengo un método, aunque creo que cuanto más escribo mejor entiendo cómo debe ser el lugar, la atmósfera, que me rodea para poder hacerlo. Me gusta escribir temprano por la mañana o muy tarde por la noche, si no puedo dormir porque las ideas me hormiguean la piel. Comienzo siempre con una frase sugerente, que me atrapa, y continúo “pescando”, escribiendo sin pensar demasiado dónde voy. Si tengo suerte puedo escribir unas cuantas páginas, luego paro. Doy un paseo, voy a nadar o a correr al parque (hace años fumaba un par de cigarrillos). Más tarde imprimo lo escrito, lo reviso en papel, corrigiendo, añadiendo a lápiz (me cuesta mucho revisar/releer en pantalla), lo incorporo al documento y continúo. A veces no leo lo escrito hasta el día siguiente. Si me bloqueo, lo dejo todo por unos días, a veces hasta semanas. Fragmentos tuvo mucho reposo, hasta que comprendí que las voces eran de tres mujeres. Hace unos días terminé de reescribir una novelita corta para Ediciones Franz, que comencé en ese “reposo” de Fragmentos, hace un año o más. Escribí ese breve manuscrito de un tirón, en diez días, y lo dejé ahí, fermentando. Regresé a Fragmentos y, entonces, fluyó. Creo que, en el proceso creativo, como en el amor, saber alejarse un poco puede ser muy agradecido.

Finalmente, para aquellos que quieren conocer más sobre la mente creativa detrás de las novelas, ¿puedes compartir alguna anécdota que te haya impactado y que haya influido en tu enfoque como autora?

 Ufa… hay muchas experiencias de amor, de violencia, de aprendizaje, etc. En el 92 fui con una caravana de ayuda humanitaria a la antigua Yugoslavia, cuando estaban en guerra. Queríamos llegar a Sarajevo. No lo logramos, pero ese viaje cambió mi vida. Mi hermano mayor, Andy (también periodista y un grandísimo escritor) era el que iba a viajar y yo fui solo a despedirlo. El asunto es que terminé regresando a mi casa a coger el pasaporte y una mochila. Recuerdo que escribí una nota a mi novia de entonces que, hoy, seguramente enmarcaría: Mi amor, no me esperes para cenar. Me fui con Andy a Sarajevo. Besos. Probablemente, algún día, escriba algo sobre aquella experiencia.

Pepo confirmando que todo es cierto.