Entrevista a Millanes Rivas por Alba Correa

Millanes Rivas (Moraleja, Cáceres; 1994) tenía entre once y doce años la primera vez que se subió a las tablas de un escenario. Cada noche observaba los ensayos de un grupo de teatro de mujeres de su pueblo, que trabajaban habitualmente sainetes y comedia de posguerra, y así estuvo hasta que un día le dieron un papel, dando comienzo a una experiencia dramatúrgica iniciática que le llevaría a girar por los pueblos de su Extremadura natal y que marcaría su interés por lo escénico el resto de su vida. Tan jóvenes y la pena bebe de manera inevitable de su contacto con la dramaturgia, de su pasión por Lorca y su interés por el flamenco, de la mitología popular que explica lo inexplicable en la España rural, pero también, de manera inevitable, de la precariedad, la incertidumbre y el agotamiento de un modelo familiar patriarcal que la juventud atraviesa hoy. 

¿Cómo comenzaste a escribir Tan jóvenes y la pena?

Siempre había escrito cosas, pero al acabarlas sentía que no había sido nada más que un proceso de aprendizaje para mí. Y aunque Tan jóvenes y la pena también lo ha sido, al acabarla sí tuve claro que quería compartirla. Empecé a escribirla cuando terminé la universidad, había empezado a trabajar en un McDonald’s. Esas fueron las primeras Navidades que no me pude reunir con mi familia, y me quedé solo en Barcelona. Había pasado de creer que iba a encontrar un trabajo que me gustase a verme llevando una vida que no quería, y me sentía bastante mal. Cuando me fui de visita a mi casa, a Extremadura, fue cuando empecé a conectar elementos en mi cabeza que dio pie a que comenzase esta historia. No soy capaz de racionalizar mucho el por qué empecé a escribirla. 

La incertidumbre juega un papel en la novela. ¿Es algo que se filtra de la realidad?

La nuestra es una generación a la que le falta donde agarrarse. Creo que hay una falta de creencia general. Tenemos un sistema que no nos funciona a todos los niveles, un estado que no nos da garantías. Ni formarnos ni tener un trabajo nos da ya garantías, ni nada en lo que parece que creía la gente antes nos la da. Creo que esto es extrapolable a la fe y a lo que creemos, por eso van apareciendo nuevas búsquedas para comprender lo que está pasando. Ese divagar es la base de mi novela, y supongo que será la de muchas otras también, que al final van constituyendo un ideario generacional.

Cuando los personajes jóvenes de Barcelona regresan con Tristán al pueblo se encuentran una realidad diferente a la que habitan. ¿Cómo planteaste el encuentro entre esas dos formas de vida? Porque no es un choque, pero tampoco es una visión nostálgica de la vida rural. 

No quería buscar una confrontación entre lo urbano y lo rural porque no es mi manera de entenderlo, y tuve mucho cuidado porque es fácil caer en eso. No creo que la trieja protagonista tenga la verdad frente al modelo de vida tradicional. Apuestan por ello, pero son compasivos con el otro lado. Hay al final un trabajo comunitario de entenderse los unos a los otros. Busqué cómo llegar a un entendimiento en el que distintas realidades pueden convivir a su manera. No obstante hay una idea subyacente en la novela que es la del fin de un modelo familiar nuclear, patriarcal, que comienza con la muerte del patriarca.

¿Por qué sitúas el arranque de la novela en la muerte del padre?

Porque supone desestabilizar el orden. Creo que cuando matamos al padre empezamos a hablar de otra manera. Era necesario matar al padre para que el resto de la familia pudiera hacer un nuevo pacto en el que convivir de otra manera, más comunitaria. 

Muchos elementos en consonancia con lo lorquiano. ¿Qué papel juega en tu novela?

En Lorca hay mensajes bastante guerreros, antisistema, fue una persona que existió a pesar de. El concepto de sus personajes que se traslada mucho a mi obra es el equilibrio entre el individuo y la comunidad. Son personajes que luchan constantemente contra lo que tienen alrededor, tienen fe en sí mismas. Quieren tener la libertad de ser. Cuando eso no se da muchas veces acaba en la muerte. Son personajes que no se resignan.

La novela tiene la capacidad de plasmar una cierta voz generacional. ¿Ha sido inevitable o ha sido una reivindicación?

No la escribí pensando en crear un relato generacional porque son personajes que no tienen respuestas. En la novela hay muchos elementos que se han filtrado del propio entorno en el que convivo. No nace con una intención de reivindicación sino que son elementos que construyen a estos personajes, si bien son personajes que podrían funcionar como arquetipos porque recogen muchos aspectos de nuestra generación. 

También hay una presencia constante de la mitología y las leyendas populares.

Yo como no creo en nada, creo en todo, creo en la convivencia de todos los elementos. Me gusta mucho entender que todas las leyendas y todos los espacios mitológicos que hay en nuestra historia son cosas que siguen estando presentes. Son elementos como la Santa Compaña o el Macho Lanú, un personaje mitológico del norte de Cáceres que he tenido presentes en mi vida. Me interesa mucho lo mitológico porque son otros planteamientos a las preguntas que tenemos y me gustan estas respuestas que parece que están caducas.

¿Qué has aprendido de tu interés por el teatro, la literatura y el flamenco?

En el flamenco parece que existe un misterio que nunca llegas a alcanzar,eso es lo que siempre me ha interesado, y creo que me ha ayudado a encontrar mi propia voz de alguna manera. Lo que encuentro en la literatura, el teatro y el flamenco es que sí me parecen espacios de creación fuera de la órbita del mercado, y no es porque el mercado no los aproveche, sino porque creo que requieren de unos tiempos que no son ajustables al ritmo que vivimos hoy en día. 

El teatro siempre me ha gustado mucho, y siempre me ha interesado desde el artificio, desde poder crearlo y levantar eso que se genera. Es un espacio mágico, de comunión repentina, porque sitúa a un montón de gente a la vez en un mismo estadio. Es muy bonito cuando consigues que todo el mundo esté viendo lo mismo o pensando sobre lo mismo. Se genera una comunidad, aunque sea efímera, y eso me gusta mucho.