Autobús de Fermoselle de Maribel Andrés Llamero (RESEÑA)
Reseña Autobús de Fermoselle de Maribel Andrés Llamero
Desde tu biografía te disfruto y entiendo, o trato de hacerlo; desde tus estudios en Filología Portuguesa, por ese idioma tan de la tierra, lo rural, lo puro, del que luego cogerás palabras del heterónimo de Pessoa, Alberto Caeiro, para enlazar con uno de tus poemas.
Ya me tienes, ya me adentro en tu poesía.
“Esto es Castilla,
y todos los árboles
que me brotan en hilera
señalan que debajo
fluye un río”.
Me ubicas en un lugar que, pese a la extrañeza de no haberlo habitado, comparto. Siento las plegarias que se lanzan hacia él, y lo que se recoge. Lo reconozco en la dureza de su campo, en el trabajo que se deshace en sus dehesas, en los huertos cerca de los arroyos.
“Mi pasado de amapolas y zarzales
se rompe en cuatro sensaciones
y un par de olores que hacen
que me salten las entrañas”.
o
“Al atardecer ya éramos otros
los que transitaban el sendero de antes.
[…]
Extraviamos en el monte a las abuelas,
porque la libertad era perder
las horas vagando solos,
mientras tardos y seguros
como quejigo frente al aire, roble,
nos enderezábamos”.
La triple trama que vislumbro: el aparecer de la vida interior; el anhelo y sabiduría de lo maduro, los mayores; y el lugar de donde se procede y donde se crece; atienden al instinto que todos poseemos y es a lo que somos, nuestra esencia: el hogar. Aquí, tu poesía, se erige como un lugar al que asirse en lo impetuoso del pasar de los años, el emanciparse y hacer vida fuera, en otro lugar, que nos endurece, haciendo el recordar un ejercicio de restauración, a veces, inútil. Vuelvo y releo, me permito sentir.
“Esta vida se les va llenando de vacíos.
Se han limpiado tantas veces de sangre
las almas y la boca, han resistido
la centellada y los sabañones,
el peso de la pala enferrujada que cava
para sus propios difuntos, saben bien
que no hay lumbre para el niño que agoniza.
Esta vida se les va llenando de vacíos.”
La otra parte, la más ardiente y palpitante del libro, es sin duda el dolor, a veces, sin consuelo. Me aparece, ahí, ante mis ojos, como una necesidad de cantar los lamentos, penas, y quejíos de una generación silenciada por su propia jornada incesante: trabajar y sobrevivir -o a veces ninguno-. Unos que no supieron de otra manera de existir, y que, pese a ello, en los resquicios que se asomaban entre sus días, se enamoraban, reían, enseñaban, se reunían, compartían, disfrutaban.
“Este hogar que piso no quedará
nunca atrás, porque el final
es siempre un hundimiento”.
o
“Qué lugar terrible es aquel que tiene
un cementerio vacío”.
No pretendo del todo saber, sino reconocer. Me parece el ejercicio más íntimo de la poesía: ver a través y poseer -nunca arrebatar-. Pretendo con esto decir que, de las varias veces que he podido leer el poemario, ha sido siempre perteneciendo a él, a lo que se cuenta, lo que se narra. Estando en cada lugar que relata, con cada habitante o familiar.
Entiendo el premio Maribel, y te entiendo a ti por el deseo de escribir. Gracias a ambos: a ti por crear esto y a Hiperión por el reconocimiento dado.
0 commentarios