«El pan de los muertos» por Mara Mahía

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«El pan de los muertos» por Mara Mahía

Hoy os traemos la traducción de: «O pan dos mortos» un articulo de Mara Mahía en la Revista Luzes.

Me miro en el espejo. Me está saliendo el bigote de mi padre. Hoy me pesan los hombros. Ando encorvada, como si cargara la virgulilla de la eñe en la espalda. Normalmente la solución a esta pesadez es nadar. Hacer largos, 1, 5, 16, 34 y 42, hasta que las lágrimas y el dichoso tupé de la eñe se ahoguen en el agua. Lo malo es que desde hace semanas las piscinas están clausuradas. Intento salir a correr, pero desde que llegó el sol de Hamelín, el parque de Friedrichshain parece asaltado por bandoleros con prisa. Ladrones de banco, cuatreros, bandidos con la cara cubierta huyendo al unísono. No hay paz. El salvaje Oeste se ha mudado al Este. Me gusta trotar y nadar porque son actividades solitarias, como escribir, puro onanismo. Me gustaba salir a corretear para pensar. En la última década, la mayoría de los cuentos, capítulos, columnas y cartas de amor que he escrito, las he urdido mientras subía y bajaba las montañas de ese parque. Dos montañas de mentira, ficticias, antiguos búnkers, que fueron creadas al final de la guerra con los escombros del desastre. Ese parque, que en realidad es un bosque, está elevado sobre cientos de toneladas de destrucción, heroísmo, rendición, traición y quién sabe cuántos adjetivos más. ¿Cómo no se me van a ocurrir historias galopando por ahí?

(Yo, con el bigote de mi padre)

Sin embargo, desde que estamos invadidos por el COVID-19, los berlineses de mi barrio parecen haber abrazado la vida sana. Mi válvula de escape se ha convertido en una verbena desafinada. Y ahora ese insoportable peso de la vida del que hablaba Kundera, se me cae encima como una lápida. Nunca traté de evitar  la melancolía. Las tristezas hay que cruzarlas con los pies descalzos, como un faquir. Esta consonancia entre la cabeza y el corazón forma parte de mi espíritu. Por norma, si el ejercicio físico no funciona, lo mejor es tumbarse en el sofá con el perro y ver series, una tras otra, durante días, hasta perder el sentido de la realidad. A finales de febrero disfruté de todo Mad Men otra vez, gracias a una pena que me pilló por sorpresa. Luego estuve leyendo The Street of Crocodiles del genial Bruno Schulz, un escritor formidable, nacido en esa Galicia polaca, que un día tengo que visitar. La suerte de Schulz es una tragedia tan ridícula y lamentable, que me apena contarla. Además de escritor era un gran pintor. Era también profesor de arte y según uno de sus antiguos estudiantes, lo único que hacían con Schulz era escuchar historias. Se pasaba sus clases contándole cuentos a los chavales. Un maestro. Durante la guerra, terminó en un campo de concentración. Felix Landau, un oficial nazi descubrió que Schulz era artista, admiraba su talento y decidió protegerlo haciéndole pintar unos murales en su residencia polaca. Un día Schulz caminaba por el ghetto con una barra o un pedazo de pan, cuando  de pronto un oficial de la Gestapo le disparó y lo mató. Por lo visto, el asesinato fue una venganza. El nazi protector Landau había matado al “judío personal” del de la Gestapo. Cuentan que el asesino dijo algo escalofriante como: “tú me mataste a mi judío, yo te mato al tuyo”. Una sola frase que resume todo el HORROR, en mayúsculas. Leí en un The New Yorker creo,  que muchos años después de la guerra, un testigo directo del asesinato de Schulz, aún se torturaba con el hecho de que tras cerciorarse de que el pintor estaba muerto, le había registrado las ropas y robado un pedazo de pan. Según el superviviente, el hambre era atroz y Schulz ya no necesitaba nada. Cuando los que conocieron al artista, escucharon esa funesta historia, admitieron que al escritor le hubiera encantado ese final. Mariña, me recuerdo: La gravedad de la existencia debe soportarse con ligereza. El mural que pintó en ese pueblo de Polonia, fue secretamente “confiscado” por un grupo de israelitas, que se lo llevaron ilegalmente a Jerusalem, mientras las autoridades polacas decidían qué hacer con él. Me pongo otro Verdejo y reflexiono. Siento que el yugo me pesa cada vez más. Cada noche me anestesio con una cerveza berlinesa o una copa de vino blanco, o dos cervezas germanas y dos copas de vino blanco, y así progresivamente. No obstante, ahí están las noticias, 24/7 y mi vena insaciable de news junkie. Cada día se me hace más difícil mantener la poca cordura que tengo. Escribir ayuda, porque entonces me distancio y pienso. Se me ocurre que como sigamos así, vamos a ser un planeta de perturbados, obesos alcohólicos, de costumbres nórdicas. Un mundo de orondos chalados desgreñados, que intentará reincorporarse a la vida “normal”, al mercado de trabajo, a aprender a no besar a desconocidos, a sonreír desde medio metro, y a enamorarse y a trabajar on-line. En la salud y la enfermedad, pase lo que pase, la mayoría vamos a seguir caminando, nos pese la eñe a la espalda o no. Erre que erre, ERTE que ERTE. Como Jesucristo en Semana Santa, la cruz hay que subirla hasta el monte del Calvario. Las copas las paga el último. Y ojalá que no haya que robarle el pan a los muertos.

Mara Mahía para Revista Luzes 2020. Todos los derechos reservados

Categorías: Diario

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