RESEÑA LO IMAGINADO POR MARIO BLÁZQUEZ
Hay una distancia, insalvable diría, entre lo que vivimos y lo que nos permitimos procesar. De alguna manera, no proyectamos la realidad que nos rodea y que nos toca (o nos sacude), sino que nos aferramos a la idea preconcebida que ya tenemos de ella, y, si no, la imaginamos. Nos la inventamos. De esa hendidura habla Juncal Baeza en Lo imaginado con extremada sutileza, aunque el mensaje nos llegue y se quede con un poso más abrupto.
Siempre he pensado que el relato no debe compararse con la novela. La eterna lucha de clases entre escritores de novela o escritores de relato no tiene un sentido bíblico. La novela tiene sus espacios donde, irremediablemente, hay que detenerse y explicar. Cualquier escritor sabe que hay un porcentaje de páginas de una novela que no querría escribir, pero sabe que tiene que hacerlo. En el relato, en cambio, sucede todo lo contrario, cada frase debe ser precisa, la prosa no puede decaer, no se puede permitir un fallo de ritmo, una palabra de más o de menos, porque entonces todo el ensamblaje se viene abajo. En el relato, además, no sirve con contar, sino que debe haber una direccionalidad. En todo momento se enfoca hacia un punto concreto, ya sea el despiste, el meollo, un círculo, pero no puede dejarse a la deriva. Esto es lo que llama la atención en la prosa de Juncal Baeza: no hay pasajes que no hayan querido ser escritos. El ritmo es vertiginoso, las palabras se entrelazan con una intensidad en el ritmo que abruma. Si alguien preguntara “de qué va Lo imaginado”, sería de recibo responder algo parecido a “un compendio de relatos sobre las relaciones paterno-filiales, familiares, humanas en definitiva”. Esto, indudablemente, podría llevar a pensar que hablamos de amor, amistad, traición, etcétera. Y no. Lo que sorprende es la habilidad de la escritora para no caer en ninguno de los clichés que en la mente de cualquier lector ya tenemos preconcebidos por otras lecturas de esta temática. Todos los temas que se tocan en Lo imaginado tienen que ver con personajes muy reconocibles, muy reales, en situaciones perfectamente verosímiles y cotidianas, pero en ningún momento aparece ninguna lectura ya leída, sino que todo sucede en un plano alejado de lo convencional y, a la vez, sin abandonar esa cotidianeidad y verosimilitud capaz de involucrarnos en la historia.
La voz de Juncal no es caprichosa ni artificiosa, ni siquiera cuando coquetea con el simbolismo y juega al límite de la metáfora poética. No hay ningún exceso de lírica donde la autora se imponga al texto, por lo que, al igual que comentaba sobre los clichés, no hay ni una sola condescendencia a la búsqueda de la emoción forzada o la expresividad enaltecida. Si se habla de amor o tristeza, esas palabras no serán nombradas, se mostrarán en toda su crudeza en el subtexto.
En Lo imaginado, por tanto, hay distintas formas de contar la locura, el embarazo, abandonos (o deseos de abandono), la vejez, la enfermedad, el nacimiento, la transexualidad, pero siempre desde una mirada directa, incómoda a veces, por revelar esa perspectiva oscura que siempre preferimos que permanezca innombrable. Ya el primer relato, Dextrina, nos sirve de introducción a lo que podemos encontrarnos en el compendio. Un cuento intenso, asfixiante, donde una situación doméstica se convierte en una pesadilla. Alva y per, uno de los relatos más celebrados, juega con esa idea la temporalidad del relato latinoamericano y del final del extrañamiento. Un cuerpo que quiere y Un cuerpo que cambia, son los dos únicos relatos que, directamente, o de manera deliberada, guardan una relación contextual. Una cita en la que un hombre quiere que las cosas que sean como imagina, incluso negándose a sí mismo y a la otra persona que forma parte de su cita. Ya en el segundo relato asistimos al origen y desenlace de tal cita, potenciando el efecto del primero. El relato que da título al libro es, sin duda, donde se plasma y se materializan los recovecos que experimentamos en el conjunto: “Tengo que reconocerles que esto que veo no se parece en nada a lo que pensé cuando era un niño. Sin embargo, no me sorprende. Uno siempre espera, porque todo es posible. Luego pasa el tiempo y la vida te enseña lo que de verdad es”. A Lo imaginado accedemos con una proyección de la realidad y salimos con una certeza a modo de bofetada.
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