Columna de opinión
Todo proyecto nace con una serie de premisas. Estas, con el tiempo, van encontrando trabas. Eso es algo que cualquier emprendedor se plantea. No exclusivamente en el mundo de la cultura. Una de las mencionadas premisas, dado el mundo editorial, su adaptación a lo contemporáneo, su cambio, fue la de mantener paridad en las publicaciones. Tanto en los artistas para las portadas como en los escritores que serían publicados. En la elección de las obras que dibujan nuestras portadas lo hemos conseguido, pero, en ese crecimiento que llevamos desde agosto de 2017, nos hemos visto envueltos en una maquinaria que no sabíamos tan bien engrasada: la diferencia en el número de manuscritos que se reciben de hombres y mujeres.
Hace unos días hablábamos con una colega periodista, doctoranda en temas de igualdad de género, que nos comentaba datos sobre la diferencia de mujeres y hombres publicados, y, por otro lado, la de mujeres y hombres lectores. En el primero salía beneficiado el género masculino, el segundo era encabezado por el femenino. Nosotros, desde el lado de los que acrecientan esas diferencias, no podíamos por más que decir que en nuestro caso todo venía dado por el mayor número de manuscrito que recibíamos de hombres con respecto al de mujeres, y que nos era imposible gestionar la base propuesta (la de la equivalencia), ya que, pese a que nos regimos por la calidad, encontrar un equilibrio entre tanta disparidad nos llevaría a pasar meses y meses sin publicar.
En un ejercicio, como nueva estrategia, que llevamos a cabo para buscar y publicar títulos con nombres femeninos, nos acercamos nosotros mismos a autoras para consultarles acerca de la posibilidad de que nos hiciesen llegar algún escrito suyo. Ahí encontramos otra de las claves que explica la diferencia: las escritoras buscan un perfeccionamiento de su propia obra, en un sentido crítico de sí mismas, siendo ellas el primer filtro ante la posibilidad de ser publicadas, no las editoriales. Esto, sin embargo, no ocurre a ese nivel con el género masculino, quizá por un tema educacional o por la supremacía que venía establecida en el mundo literario, copado de hombres.
Estamos bastante seguros de las herramientas para combatir la desemejanza. Empezaría, claramente, por la educación. No sólo a nivel de colegios, institutos, o universidades. Se trata de una educación social a nivel de datos. La puesta en público de estos, junto con la crítica de que eso no es más que una manera de sesgar voces, aclararía muchas dudas de por qué el progreso del pensamiento es tan lento en cuanto a las desigualdades de género. Y así, de nuevo, serían las propias mujeres las que pondrían remedio a cosas como ese vacío entre los números de manuscritos recibidos de uno y otro bando.
Pero ¿y si nos equivocamos? No hablamos de los datos, sino de nuestra situación dentro de esos datos. ¿Y si, simplemente, nos mandan más manuscritos hombres porque, por razones de azar, ellos dan con nosotros en mayor cantidad que las mujeres, o, si, por otro lado, ellas nos encuentran pero no les interesa nuestra propuesta? ¿Y si esto es una cuestión muy fuera de la social y cultural? ¿Y si no depende de nosotros el cambio?
2 commentarios
datos · 05/08/2019 a las 11:45 pm
Hablas de “datos sobre la diferencia de mujeres y hombres publicados, y, por otro lado, la de mujeres y hombres lectores. En el primero salía beneficiado el género masculino, el segundo era encabezado por el femenino”. Me pregunto qué datos son esos.
Editor · 09/08/2019 a las 12:36 pm
Estimado Bowmanpoole, la conversación con la colega periodista salió a razón de esta noticia. No obstante los datos de ISBN se han hecho públicos.
¡Un abrazo!